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Negra presencia en José Guerrero

Cuando uno atraviesa la imponente verja de hierro forjado que da entrada a la calle de los Oficios, entra en un mundo de piedra labrada, sombra y humedad de siglos. En esos escasos metros de asfixiante arquitectura, entre la filigrana gótica de la Capilla Real de Granada y la majestuosidad del Palacio de la Madraza, casi pasa desapercibido un edificio de piedra oscura y pulida, de sobriedad rectilínea y cristaleras opacas, que esconden el legado del pintor granadino José Guerrero.


El Centro normalmente alberga la colección permanente de la obra del artista. Sin embargo, con el título The Presence of Black, 1950-1966, ofrece hasta el día 6 una exposición especial

para conmemorar el centenario de Guerrero.

Ya en la planta baja se inicia esta muestra monográfica de los años americanos del pintor, determinantes en su carrera, con tres de sus incursiones en la abstracción, lenguaje pictórico que conoció en Nueva York y le sedujo de inmediato, llevándole a abandonar la figuración para adentrarse en los misterios del expresionismo abstracto.

Se accede a la primera planta subiendo una escalera estrecha de madera, que asciende entre blancas paredes medio en penumbra, como si se penetrara en un templo. Las obras expuestas en esta sala cuelgan envueltas en una luminosidad tenue, destacando el trazo rápido, casi agresivo, sobre capas de colores puros manchadas de negro, generando una fuerte impresión de inquietud y ansiedad.

La luminosidad aumenta al subir a la siguiente sala. Mediada su etapa americana Guerrero sufrió una crisis que desembocó en un cambio en su pintura, que se tradujo en un paso de la fluidez gestual de la abstracción americana a grandes masas de color, salpicadas de negras formas donde se intuyen cruces, óvalos y arcos, memoria de su tierra: “Esos trajes negros de mi niñez, ese luto que penetra en la sangre. De ahí iba a salir mi pintura” - escribió el propio Guerrero.

Una gran cristalera hace de muro exterior en la última planta. Se impone la luz natural que entra a raudales por el gran ventanal, luz que asoma por encima de los tejados de la Catedral, lienzo transparente que semeja una extraña obra de arte frente a las poderosas imágenes que se exhiben alrededor. Parece que el destino de las pinturas de Guerrero fuera esa panorámica de luces y sombras de su ciudad natal, cabalgar sobre un corcel negro para llegar al reino de la luz.


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