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LOS SERES QUEBRADIZOS


POESÍA FIERAMENTE HUMANA

Los seres quebradizos de Rocío H. Triano es sin duda un libro de altura poética, que viene avalada por el premio Carmen Conde, cuyo jurado la eligió, entre 115 obras de diversa procedencia a nivel internacional, como ganadora de la trigésima edición de este certamen. Además de obtener dicho galardón, este libro fue seleccionado para optar al Premio Andalucía de la Crítica al mejor libro de poesía publicado en 2013 en nuestra comunidad. Por lo tanto, antes de abrir sus páginas, este volumen ya reúne méritos suficientes para saber que nos encontramos ante una obra que merece la pena conocer y leer a fondo.

El libro se divide en cinco secciones que se centran en mostrarnos con un lenguaje sencillo pero de cuidado lirismo la imperfección del ser humano, debilidades sustentadas por nuestro paso inestable y efímero por el mundo, la sombría certeza de la muerte, la espada de doble filo del amor, el desasosiego de la maternidad, la frecuente decepción en las relaciones con los demás... en definitiva, la fragilidad de nuestro armazón como seres individuales y como seres sociales.

Ya apuntaba la autora a todo este trasfondo de debilidad humana en su libro anterior, de título significativo, Equilibristas (Ultramarina, 2011), aunque con un enfoque más cercano a la poesía amorosa, haciendo hincapié en la fragilidad que se hace patente con la ausencia, la separación, la pérdida, y el abandono en los que ineludiblemente desemboca el desamor. Porque está claro que si el amor nos hace vulnerables, el desamor nos vuelve aún más frágiles.

Yo resumiría las bondades de Los seres quebradizos en dos fundamentales: su preocupación humanista, y el uso de un lenguaje directo en busca de la efectividad poética a través de la sencillez.

Los poemas de este libro forman un caleidoscopio cuyo mosaico nos muestra al ser humano al desnudo: si nos desprendiéramos de las muchas capas que nos dan forma y seguridad, la seguridad de nuestros nombres, de nuestros ropajes, nuestra educación, trabajo y estatus, la familia y las amistades, si nos desprendemos de todo esto, quedamos desnudos, indefensos en la intemperie. En definitiva, expuestos.

Hay una imagen que se repite en ambos libros, Equilibristas y Los seres quebradizos, y que es como un lema que atraviesa y da coherencia a la obra de Rocío, y que parece ser origen y destino de su poesía: la piel estremecida. Como poeta de sensibilidad exquisita que es, la autora se conmueve estremecida por la vida que observa y respira, y la traslada al papel, en forma y ritmo de poemas que estremecen, haciendo uso de un lenguaje accesible, porque como ella ha declarado en una entrevista reciente, “no busco lo raro ni lo exótico”.

Ya en el primer poema de este volumen, en el punto de partida de la lectura, se nos deja claro que somos seres que vamos a la deriva, que somos fruto del azar, hijos de un temblor, pero que de nuestra fragilidad también nace nuestra fuerza. No somos más que seres quebradizos en continua lucha por la supervivencia:

Porque somos por si,

por un acaso,

un azar de fracturas,

un temblor del vacío.

Cantemos hoy al día

y en la noche sintamos

nuestra fragilidad

y también nuestra fuerza,

nuestro aliento que siembra

memorias y esperanzas.

En mi opinión, la poesía, leerla y escribirla, es una buena manera de gestionar los sentimientos, una práctica muy necesaria para crecer en la dimensión humana. Desde que ya a temprana edad accedemos a los misterios de la lengua y somos seres lectores, se nos insiste en la infalibilidad de la educación académica, se nos impone la necesidad de poseer conocimientos enciclopédicos, manejar idiomas, llevar un título debajo del brazo, pero hemos dejado de lado, si es que alguna vez nos lo hemos planteado, la tarea de abordar nuestra educación sentimental. La poesía tiene un valor social y moral y debe ahondar en los problemas que nos acechan, y no debería perderse en narcisismos, retóricas vanas, ni prácticas de artificio. Rocio Hernández es muy consciente de su función como poeta, que ella con ingenio poético describe como mi oficio de adamantina fuerza, que no es otra que la de contar y cantar al ser humano, aunque a veces la vida se imponga sobre la poesía y parezca una tarea inútil e infructuosa:

Solo el poeta esconde en la noche del frío

recuerdos que no sirven para nada,

mientras cazan los lobos o gimen los amantes.

La poesia de Rocío se acerca a lo profundamente humano y va desde lo particular de su voz poética personal, isla doliente, a lo universal, que llega a cada trozo de piel estremecida, apelando a un idioma, un sentido y un sentimiento común, bañados por las mismas aguas que nos unen y separan: Todo náufrago sabe / que en otra playa aúlla / otro náufrago loco y reciente.

Si tuviera que describir en pocas palabras la poesía de Rocío Hernández Triano, tomaría prestado un famoso título de Blas de Otero para definirla como poesía fieramente humana.

Si bien es verdad que conocer el punto débil del enemigo nos hace más fuerte, no es menos verdad que conocer y asumir las debilidades propias también nos hace más resistentes. Estas debilidades aceptadas con naturalidad, nos permiten avanzar, aunque las arrastremos como rémoras. Sobrevivir un día más, intactos, es una victoria, pero toda victoria conlleva una derrota. Ahí entra en juego la poesía con su mensaje humanista que incide en el carácter activo de la persona como fuerza transformadora de sus condiciones de existencia. Así en su poema Vértigo, la poeta sevillana deja constancia de la delgada línea que separa nuestro cuerpo quebradizo de la constante amenaza de la caída:

Como el funambulista

que en la cuerda equilibra

su miedo y su destreza,

así puse mis ansias

en el delgado filo de la vida, que tiembla

y siempre te desploma.

Los poemas de este libro, galería de debilidades bellamente expuestas en imágenes poderosas, nos enfrenta a nuestra delicada desnudez, y entra en esa esfera de libros necesarios que con versos de encendida inspiración y construcción de ritmo bien medido nos muestra la levedad del ser y nos demuestra que la esperanza anida en la aceptación de nuestra condición de seres quebradizos.

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